Dónde está el recuerdo, dónde las miradas.
El callejón frio. Cubierto por la escarcha del invierno dejó atrás el sollozo de los niños a un lado y otro del mar.
Por qué lloras me pregunto. Por qué usas esas palabras que apenas caben en tu boca.
Boca que besaba, boca que lamía el sudor del verano.
Pasión envuelta en la mirada perdida, buscando la mía. Besos que amaban la locura efímera del tiempo.
Y se separaron los besos, se los llevó el invierno. Y se fueron las miradas perdidas en el horizonte.
Allá a lo lejos, donde el mar se une con el cielo, donde la misma luna ilumina nuestras miradas, nos conecta en el recuerdo.
El callejón frío, la humedad del invierno. Las lágrimas de febrero llenaron la ciudad.
Hoy estaba oscura, llorosa, fría, quizás buscando el abrigo cálido de un abrazo.
Miré atrás, y al frente. De nuevo atrás, pero ya no estabas.
Y miré al cielo, y espiré el aliento del perdón.
Soy así. Lo sé. Muero así. Lo sé.
Llegaron las noticias. Y de nuevo el mar por medio.
La gélida noche lagunera hizo que me refugiara en los recuerdos. En tus ojos perdidos mirando los míos. En el sentido amable de las palabras. En los gestos gratuitos. En las caricias y en las ganas de amar.
Corrí en los sueños porque es donde te encuentro. Sentí de nuevo coger tus manos y abrazarte contra mí. Porque así fue el instante en que te traje a la memoria.
Se fue la vida en esperar. Volvió el invierno.
Me dio todo y de pronto me lo quita. Pero que bonita la vida que jugó al despiste.
Vida que me hizo sentir tan grande. Que me dio un regalo para luego arrebatármelo dejándome solo inmerso en el sueño del recuerdo que me arrancó el alma.
Mira mi caminar arrebatado en el silencio del frío invierno buscando por los postigos la mirada azul de tus ojos que confunde el cielo con el mar.
También te encuentro en el silencio donde las notas del ruido beben de las aguas prohibidas.
Corazón herido sin mi permiso.
No estoy en esa guerra. Llevo por bandera el corazón fragmentado tatuado en mi piel el mapa del mundo que un día quisiste conocer.
Y me recojo de nuevo. Vuelvo al sueño. Al silencio.
Se acabaron las palabras para rebatir. Seremos para siempre. Los dos.
Y te dije, un “te quiero”, sin voz. Si no supe decirlo ahora duele más que nunca, porque los ojos que ya no miras se pierden en el deseo de sellar las heridas.
Si vuelven las miradas de pasión; seremos para siempre.
Dr. Orlando Gutiérrez Rodríguez